martes, 13 de febrero de 2007

Vas tan rezagada que te crees que vas delante... (Shortbus)


Vayamos por partes: desde un punto de vista cinematográfico Shortbus (2006) es una película importante y atrevida. En primer lugar porque no rehuye mostrar el sexo (y con esto me refiero básicamente a los penes) con estudiados y aparentemente naturales encuadres que oculten las vergüenzas; en segundo lugar porque las prácticas sexuales que retrata no son ni mucho menos mayoritarias, y requieren una implicación personal muy alta por parte de los actores y actrices que intervienen en ella (onanismo bucal, tríos gay, sexo en grupo, sado...). No recuerdo un tratamiento parecido desde El imperio de los sentidos (1976) y La ley del deseo (1987); y hay que admitir que en ambos casos Shortbus las rebasa para bien por todos los lados.

El siguiente paso en una película con este planteamiento es casi obvio: ante un argumento que toca temas tan privados y personales el director (una persona de sólida formación teatral) debe permitir que el reparto intervenga en la escritura del guión y en la preparación de las escenas durante el rodaje. Me parece lógico si se exige de ellos (personas elegidas en un casting abierto a través de Internet que duró más de un año) que hagan en público lo que la cultura exige que se haga en la intimidad. No en vano Cameron Mitchell presume que todos los orgasmos de la película son reales.

Y aquí está el fallo: Shortbus es una película coral en su gestación, que no en su concepción, y eso se nota en varias cosas. La primera es achacable al director, y consiste en ese tufillo que pretende presentar la desinhibición sexual como una conquista personal del progreso cultural, construida con gran esfuerzo frente a una sociedad que predica la monogamia y el confinamiento de la sexualidad al ámbito doméstico. Shortbus es la encarnación de este logro, un local donde toda esa fauna progresista se reúne para copular en grupo, ver películas, asistir a happenings, debatir entre drogas y alcohol; y que es el paraíso en Nueva York. No falta ni el típico maestro de ceremonias gay que sabe de la vida y del amor también, pero sabe ser a la vez divertido y profundo cuando toca; y lo mismo cabe decir de la mayor parte de la clientela, todos colaboran en la tarea de conseguir que el sexo sea un medio de liberación personal.

A pesar de la sinceridad de los diálogos y de la veracidad de los retratos humanos (el gigoló gay arrepentido, la prostituta sado, la sexóloga preorgásmica) la película no sale de este ambiente entre militante y alternativo. Que los problemas de maltrato en la infancia, la práctica de las prostitución o el consumo de drogas sean parte del paisaje no se presenta como condicionante ni como determinante en las ideas ni las acciones de los personajes. Salgo con la sensación de que la realidad de la desinhibición sexual está mucho más cerca de las novelas de Michel Houellebecq (turismo sexual, el sexo como moneda de cambio, exclusión social y reacción por oposición a lo “políticamente erecto”…) que de esta especie de película-cooperativa en la que, como en todo cuento popular, el final es feliz y el sexo resulta ser la energía que (literalmente) ilumina la ciudad.

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