lunes, 26 de marzo de 2007

El calamar loco de Jerjes (300)

300 (2007) es una película que convierte en autopista la senda por la que hasta ahora se comunicaban cine, cómic y videojuego; es un producto espectacular por el diseño del vestuario, la perfección de los encuadres, la gama de colores elegida en función del tipo de acción, la composición visual de cada fotograma/viñeta, la virguería técnica de las escenas bélicas. Es una adaptación ejemplar de la novela gráfica del mismo título dibujada por Frank Miller (que aquí se apunta al negocio como productor ejecutivo) después de quedar obnubilado por El león de Esparta (1962) de Rudolph Maté. 300 acerca (más aún si cabe) al cine al terreno digital, difuminando las fronteras entre la ficción cinematográfica y las líneas de acción de un videojuego (apuesto a que venderán un pack con la película y el juego). Por todo esto 300 es una película a tener en cuenta.

Eso sí, para que todo lo anterior sea adecuadamente valorado, es necesario repetir mentalmente, mientras se ve la película, una y otra vez: "es un cómic, es un cómic, es un cómic, es un cómic..." porque de lo contrario la insoportable simplicidad de la historia y los personajes, junto con una cargante exaltación de la violencia como sistema de vida, resultan espantosamente vulgares. Puede que en un videojuego esto no suceda o pase desapercibido, porque ahí uno se limita a interactuar con cada nivel de dificultad; pero en el cine todavía estamos con lo de la sala oscura y la pantalla analógica proyectando imágenes digitales, no ante una PS3 con TFT de 19 pulgadas, lo cual requiere un poquito más de complejidad.

¿Quién puede creerse que Esparta se presente ante el resto de Grecia como la última esperanza de la libertad y la democracia frente a la invasión persa con semejantes mimbres? Sólo mencionaré un detalle: la película no esconde que los niños espartanos, al nacer, eran sometidos a un minucioso examen físico y los enfermos, los débiles, los deformes, eran asesinados por no ser aptos para la guerra. Los que sobrevivían, a los nueve o diez años, eran apartados de sus madres para dedicarse por completo al aprendizaje de las técnicas del combate. Sin embargo, cuando el emisario persa llega a Esparta para exigir el sometimiento al rey Jerjes, o cuando asistimos a escenas íntimas y familiares, no se deja de señalar el hecho de que las mujeres son muy tenidas en cuenta, tanto en los asuntos políticos como en el trato tierno y sensible del acto amatorio o la crianza de los hijos. ¿Acaso alguien se cree que un pueblo que cercena de modo tan bestia la infancia puede dar lugar a una sociedad tan paritaria y domésticamente ejemplar? Repito: puede que en un videojuego esto ni importe ni sea determinante para pasar un buen rato dándole a los mandos; pero en el cine hacen falta tramas un poco más trabajadas, unos personajes menos "ultramachotes" y un poco más de verosimilitud (la justa, no hace falta ser quisquillosamente fiel a la historia) para representar al enemigo. Por lo visto Irán se ha quejado de la imagen del pueblo persa en la película, no sé si indignados por el retrato sanguinario de su ejército o por la colección de reinonas y bichos raros que componen la corte del rey Jerjes (que parece un cruce involuntario entre cyborg y locaza ligera de cascos); por no mencionar al verdugo-langosta o los especímenes prestados de la fantasía del Sr. Anillos).

En fin, que ya tengo una edad para dejarme encandilar por un audaz experimento cinematográfico de vanguardia, más que nada porque toda la base argumental es pura violencia; de no ser así, admito desde ahora que mi texto hubiera sido mucho más matizado. Para compensar tanta radicalidad, me gustaría que alguien me señalara casos similares de alta perfección formal con contenidos nulos, execrables o directamente estúpidos; más que nada para aprender a poner en su sitio películas como 300.

viernes, 16 de marzo de 2007

Adiós a Washington

Fiel a su imprevisibilidad, Lars von Trier, padre del Dogma y de una filmografía llena de vaivenes estilísticos, dice que no sabe si rodará Washington, la película que, tras Dogville (2003) y Manderlay (2005), debía cerrar la trilogía sobre los EE UU. Y eso me cabrea, porque después de descubrir tarde Dogville y haber quedado encantado, de haber visto Manderlay y descubrir que el tono y la calidad se mantenían (a pesar de repetir escenografía y efectos); ahora me veo privado de un cierre que muy presumiblemente iba a poner de vuelta y media al Capitopio y todo su mundillo de corruptelas e intereses creados.

Es la segunda trilogía que deja inacabada (Riget, la miniserie de TV, espera cierre también), así que tampoco hay que sorprenderse demasiado. Lo que sí me hace gracia es que von Trier reste importancia al hecho de haber pasado por encima de los mandamientos Dogma que él mismo contribuyó a poner de moda. Recuerdo aquella chorrada de recibir un diploma que acreditaba que la película tenía Denominación de origen Dogma y lo orgulloso que se sentía su director, el revuelo que se montó cuando El desenlace (2005) de Juan Pinzás lo obtuvo, ¡la primera película Dogma del cine español, fíjate tú qué cosas! Pero el tiempo lo ha puesto todo en su sitio: puede que la renovación estilística haya supuesto una aportación, como Celebración (1998), Los idiotas (1998), del propio von Trier, o Italiano para principiantes (2000), pero toda esa ortodoxia como de graduación universitaria aplicada al cine, pues no cuadra muy bien con la creatividad y suena un tanto cutre...

Von Trier por tanto pasa de Washington y estrena El jefe de todo esto (2006), rodada en automavisión, un sistema en el que el ordenador es el que decide lo que se encuadra, cuánto tiempo y desde dónde. De este modo el director, y von Trier lo proclama orgulloso, ya no tiene capacidad de decisión sobre estas cosas, y todo resulta más innovador. Pues no sé qué pensar: es como si un escritor prefiriera que un software especializado llamado Pito Pito Gorgorito decidira por él el tono, la persona y el número de frases en subjuntivo que debe emplear. A mí me parece que eso es dimitir de la narración, y por ahí sí que no paso. Otra cosa es que luego resulte que la película está muy bien y el único elemento prescindible de esta historia es von Trier, que es un pedante dogmático. Aun así nos quedan Dogville y Manderlay para redimirle.




http://sesiondiscontinua.blogspot.com.es/2007/03/adis-washington.html


martes, 6 de marzo de 2007

Subidón triste o la evolución del cortometraje (Paris je t'aime)


Lo peor de Paris je t'aime (2006) es la publicidad con la que la están vendiendo: el cartel muestra un corazón rojo intenso con infinidad de torres Eiffel, y de forma unánime los textos inciden en los tópicos que los estadounidenses y su cine han vertido sobre París: ciudad del amor, ciudad de encuentros inesperados... En fin pasteleo romanticoide más que caducado. Ni una comparación o referencia, en cambio, con Paris vu par... (1965), la película en episodios (que además titulaba cada uno de ellos con nombres de lugares de la ciudad, igual que esta de ahora) rodada por algunos famosos directores de la Nouvelle Vague (Chabrol, Douchet, Godard, Pollet, Keller, Rohmer y Rouch); o con el homenaje-continuación que fue Paris vu par... vingt ans après (1984), con Ackerman, Dubois, Garrel, Mitterrand, Gordon y Venault. La primera consecuencia de todo esto es que uno entra a ver la película pensando en una versión francesa de Love actually (2003), cuando no tiene nada que ver con ella. Pero en realidad todo en esta introducción es anecdótico.

Paris je t'aime contiene 20 microhistorias localizadas en el París actual, escritas y dirigidas por directores de primera fila, y está constelada de rostros famosos cuya identificación es siempre un aliciente para todo espectador mitómano (incluidas la fugaz aparición de Leonor Watling, o una todavía más breve de Javier Cámara, ambas en la dirigida por Isabel Coixet). Pero no se trata de una película en la que se han yuxtapuesto las historias de cada director (excepto la del rarito o ególatra Oliver Schmitz, que es la única que aparece precedida de un rótulo convencional), sino que el rodaje simultáneo era una premisa de producción, lo cual refuerza la coherencia del filme, no solamente por los breves planos finales en los que personajes de diferentes episodios aparecen juntos en nuevas escenas, sino también por los cameos que algunos directores hacen en las historias de sus colegas (dos que he localizado: Wes Craven en la de Vincenzo Natali haciendo de víctima vampiril, y Alexander Payne como Oscar Wilde en la de Wes Craven). Hay historias mínimas, como la de Bruno Podalydès que abre el filme; de un solo personaje, como la de Walter Salles y Daniela Thomas; totalmente petardas, como la de Christopher Doyle, interpretada por Barbet Schroeder; no necesariamente orientadas a las relaciones de pareja, como la de Nobuhiro Suwa con Juliette Binoche; o la de los Coen, que mantienen el tono iconoclasta de su cine sin quebrar los requisitos de la producción.



La película es casi perfecta hasta la mitad de metraje gracias a la calidad individual de sus anécdotas, pero también por su calculado equilibrio entre el humor, la sorpresa final y una cierta intensidad dramática bien contenida. Y es que estas son, ni más ni menos, las ventajas de usar el formato del cortometraje: aparte del imperativo de duración (y del temático y de localización en este caso), tenemos la necesidad de economía narrativa, de identificación rápida de los personajes, y unos desenlaces que establezcan sutiles paradojas cotidianas... Los resultados sorprenden por su verosimilitud, sin forzar el pasteleo sentimentaliode. Esta es la razón principal de mi entusiasmo.


Los episodios más flojos (que no peores): el de Natali (protagonizado por Elijah Wood) y el de Richard LaGravenese ("Pigalle"), con Bob Hoskins y Fanny Ardant. Los mejores (aunque no en orden de preferencia): el de Coixet ("Bastille"), sin renunciar al humor, a la experimentación formal y, por supuesto, a desbordar nuestros sentimientos por la vía más inesperada; el de Sylvain Chomet (delicado, muy delicado), en la emotiva línea de Bienvenidos a Belleville (2003); y el de Alexander Payne ("14eme arrondissement"), con su entrañable protagonista, el texto en un francés mal leído como en una redacción escolar, sus situaciones perfectamente identificables..., anunciando desde el primer minuto una conmovedora revelación, que al final resulta ser un auténtico subidón de tristeza, y que no por esperado conmueve menos. Pero sin duda me quedo con "Faubourg Saint-Denis" de Tom Tykwer, con Natalie Portman, no sólo por la anécdota y la intensidad con que está narrada, sino por el espectacular e impecable formato (banda sonora incluida) elegido para ponerlo en imágenes, a pesar de que es algo que hemos visto infinidad de veces. Un episodio prácticamente perfecto de una película casi perfecta.

Personas capaces de indignarse

Corto (21/02/2007): Wenders, Coixet, León, Barroso y Corcuera (Invisibles)

El pasado 5 de marzo se celebró en el Centre de Cultura Contenporània de Barcelona (CCCB) el preestreno de Invisibles (2007). A la proyección le siguió un breve turno de preguntas en el que estuvieron tres de sus cinco directores (Coixet y Wenders no pudieron asistir) y su productor (Javier Bardem). Ahora que he visto la película, tal y como decía el díptico que repartían los de Médicos sin Fronteras, compruebo que sí soy capaz de indignarme, y también de preguntarme por qué nadie se escandaliza por el hecho de que sean estas ONG y sus anónimos socios quienes se esfuercen en enderezar algo que los gobiernos con sus políticas egoístas se encargan de perpetuar como injusticia a pesar de su cháchara hueca e hipócritamente solidaria. Su deber pendiente hace décadas es firmar acuerdos justos en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

De la película, decir que no se recrea en imágenes crudas, sino en los testimonios personales; en la contextualización de los conflictos, la identificación de los responsables, los motivos y las experiencias de las víctimas... No se trata de conmover a través del instinto de posicionamiento automático, sino de fomentar la reflexión y la acción por medio de una toma de conciencia basada en información documentada. El que tenga ojos que mire; el que tenga oídos que escuche.