lunes, 30 de abril de 2007

Recordando a Hal Hartley

Leo en el encabezado de la cartelera-web de El País este inquietante texto: "A pesar de que incluso Hal Hartley hace años que admitió el agotamiento de la fórmula basada en la excentricidad, el minimalismo temático y cierto surrealismo que le llevó a la gloria del cine independiente americano a principios de los noventa, algunos de sus malos imitadores insisten en el ya embarrado trecho del (falso) espíritu de Sundance"; y me pongo nervioso porque pienso que Hal Hartley estrena película. Y ya va para diez años que sus filmes no paran por aquí. Pero resulta que no, que es un texto para presentar los estrenos de la semana. Lo que me descuadra es tanta profundidad y lucidez para prologar una serie de títulos que no tienen en común más que la fecha de entrada en los cines.

Así que sigo recordando a Hartley: de la parte de su filmografía estrenada en España --La increíble verdad (1989), Trust (Confía en mí) (1990), Simple men (1992), Amateur (1994), Flirt (1995) y Henry fool (1997)-- recuerdo vivamente Amateur, que contiene precisamente esa mezcla de excentricidad, minimalismo y surrealismo que establece el texto de El País: narraba las aventuras de una monja recién rebotada del convento que se dedica a escribir relatos porno. No está mal... Luego voy a la IMDB y compruebo lo que nos hemos perdido de Hartley desde 1997: The Book of Life (1998), sobre un imposible debate entre el diablo, Jesús y Magdalena el 31 de diciembre de 1999; No Such Thing (2001), sobre un periodista que va a Groenlandia en buscar de su novia (nada menos que Sarah Polley, la actriz fetiche de Isabel Coixet) y de un extraño ser entre violento y mítico; The Girl from Monday (2005), una comedia sobre un mundo no demasiado lejano en el que el sexo cotiza en bolsa; y Fay Grim (2006), una especie de segunda parte de Henry fool, con Jeff Goldblum.

Excentricidad, minimalismo y surrealismo: tres ingredientes que pueden aspirar a convertirse en una teoría acerca de lo que pueda ser eso que, en las conversaciones sobre cine entre aficionados, llamamos para abreviar el "cine alternativo/independiente". De momento me acaban de entrar una ganas terribles de volver a ver Amateur y de cotejarla con El Tao de Steve (2000) de Jenniphr Goodman (un extraño filme que pillé de madrugada hace tiempo que sin embargo tengo muy presente), acerca de un joven que no sólo utiliza un zen muy personal para ligar, sino que eso le convierte en un auténtico gurú de las relaciones entre hombres y mujeres.

Excentricidad, minimalismo, surrealismo: no creo que sea una fórmula agotada, más bien una especie de zen cinematográfico muy difícil de alcanzar hacia el que tienden numerosos cineastas (a veces sin saberlo), pero especialmente los que empiezan.

martes, 17 de abril de 2007

Hammershøi y Dreyer

En el Centre de Cultura Contenporània de Barcelona (CCCB), hasta el 1 de mayo, hay una creativa exposición que enlaza la pintura de Vilhelm Hammershøi con el tratamiento de la luz en los filmes de su compatriota danés Carl Theodor Dreyer. A partir de un comentario hecho por Paul Vad (historiador del arte) en el que designaba a Dreyer el mejor discípulo del pintor, Jordi Balló (el director de exposiciones del CCCB) pensó que sería interesante reunir en un mismo espacio las pinturas del primero con los trabajos cinematográficos del segundo. Y realmente ha sido una buena idea, ya que la muestra traza la biografía de ambos para luego presentar las pocas pruebas de que disponemos: cotejar bocetos, cuadros y fotografías de producción y personales para encontrar paralelismos estéticos.

Así, en plan bordecito, señalar que Hammershøi pintó fundamentalmente las habitaciones de las casas donde vivió: vacías, con la luz como único personaje, o con gente (su hermana, su madre o sus amigos). Los pocos paisajes que pintó eran los lugares a los que iba de veraneo. Desde luego el hombre no fue lo que se dice un cosmopolita.... Sin embargo, su objetivo artístico se mantuvo firme a lo largo de su vida: capturar toda la belleza cotidiana de la luz, y sus cuadros (de un perfeccionismo técnico asombroso) se esfuerzan por atrapar el estado de ánimo que deja cada hora del día en las diferentes estancias de una casa. Dreyer, por su parte, es uno de los cineastas más espesos de la historia del cine, y su filmografía tampoco es que resulte muy accesible: comparte con Hammershøi el gusto por el estudio minucioso de los detalles, la ambientación, los temas que exploran lo absoluto de la vida y del amor (a contracorriente de toda moda establecida), o la gestación artesanal de sus películas (entre las cuales a veces transcurrían diez años). Como puedes imaginar, sus películas requieren una importante concentración por parte del espectador.

Sin embargo es curioso ver cómo hay fotogramas de filmes de Dreyer calcados de cuadros de Hammershøi (una escena de El presidente (1919) transcurre en una habitación claramente inspirada en un cuadro de Hammershøi); o cómo en sus colecciones personales ambos tienen fotos que demuestran su fascinación por la luz. O sea que el enlace intuido por Jordi Balló es correcto; y la exposición cumple su cometido: atraer a los que conocen a uno de los dos protagonistas de la muestra y espolear el interés por el otro. Cuando la obra de Hammershøi se expuso en Nueva York, el ex-Monty Python Michael Palin (que dice la Wikipedia que posee buena parte de la obra del pintor danés) quedó tan fascinado por su pintura que rodó un documental para la BBC titulado Michael Palin and the Mystery of Hammershøi (2005). Así que no devaluemos el valor de estas exposiciones...

Uno sale convencido (más allá de la coincidencia de ser daneses y haber vivido con 25 años de diferencia) de que realmente Dreyer admiraba la pintura de Hammershøi, y que esa admiración la provocaba su ajuste perfecto al tipo de cine que rodaba y a las imágenes que le gustaba encuadrar. Aunque más allá de eso lo que hay es una coincidencia fundamental de proyectos estéticos: búsqueda de una belleza cotidiana, serena y atemporal.

viernes, 13 de abril de 2007

Interludio humorístico-experimental (El jefe de todo esto)

Corto (16/03/2007): Adiós a Washington

Von Trier sigue la estela de Godard en un aspecto que, como al francés y también a Brian de Palma, le distingue de la inmensa mayoría de cineastas: necesita mostrar con la cámara, pero a la vez necesita mostrarse mostrando con la cámara. Sólo así me explico ese plano inicial con la cámara ascendiendo frente a una fachada acristalada (el edificio de oficinas donde transcurrirá la acción) en la que se reflejan la cámara y el operador. En este sentido, El jefe de todo esto (2007) es una película tan autoconsciente como su director. Con igual autoconsciencia, el narrador/cineasta se decide a interrumpir la historia en dos momentos de forma deliberada y manipuladora: para introducir un elemento de complicación y para dar por clausurada la película.

Desde mi punto de vista, El jefe de todo esto no arranca ni engancha hasta el instante inmediatamente previo a la aparición de esa inesperada complicación argumental. Aun así, he de admitir que el enredo (un empresario que contrata a un actor en paro para que simule ser el director general --inexistente hasta entonces-- que supuestamente ha tomado todas las decisiones impopulares entre el personal) se presenta atractivo desde el primer minuto; aunque durante ese primer tercio de película es como si la narración no se decidiera a entrar en faena, ni los protagonistas acabaran de definirse... La cosa es que no reconocí al mejor von Trier hasta que ese arranque no se consolidó. A partir de ese punto se despliega la historia en todos sus matices hilarantes, histriónicos, surrealistas y, como el mismo autor reconoce, políticos; porque en una película ambientada en el mundo de la empresa es inevitable que se cuelen determinados juicios de lo más candente.

El jefe de todo esto demuestra que, a pesar de ser una historia con un tono y un humor muy local (el danés), es capaz de ascender hasta situaciones universalmente reconocibles; y a esa facilidad contribuye muy especialmente la capacidad de von Trier para dotar de tensión dramática determinadas escenas clave. Una tensión que me recordaba mucho a Dogville y a Manderlay, y que crece a medida que se acerca el final de la historia; para estallar por fin de la mejor manera que se puede terminar una comedia surreal como esta.

¿Y el Automavisión? Pues la verdad es que no se deja notar mucho. El desencuadre informáticamente conseguido, la iluminación imperfecta y los continuos saltos de montaje dan la impresión de estar viendo un copión previo, un borrador en fase de pulido... Es el consabido reto formal que, de forma artificial, se impone von Trier para rodar sus películas, también puede que sea la base de esa tensión dramática que comentaba, o simple virtuosismo pedante... En esto el danés sigue la estela de Truffaut: cada película debe expresar una idea del mundo y una idea del cine, un apotegma que hasta hace pocos años a mí también me resultaba crucial.

Después de ver El jefe de todo esto le perdono que haya retrasado (sólo retrasado) el rodaje de Washington, porque ha valido la pena dar este curioso rodeo humorístico-experimental.

martes, 3 de abril de 2007

Nueva noche americana bajo el volcán (Tristam Shandy: a cock and bull story)

La noche americana (1973) de François Truffaut ganó el Oscar a la mejor película extranjera de su año por su entrañable retrato del rodaje de una película local, con su actor de glorioso pasado, su diva envejecida venida a menos, su script llena de morbo, su protagonista masculino ligeramente zumbado y su esforzado y sufrido director (interpretado por el propio Truffaut). John Huston estaba obsesionado con la novela de Malcolm Lowry Bajo el volcán, pero su compleja estructura narrativa le suponía un importantísimo reto de guión: había quemado a muchos guionistas por el camino hasta que en 1984 se decidió finalmente, deslumbrado por el texto de un joven estudiante llamado Guy Gallo (que por cierto no ha hecho otra cosa que adaptar esta novela como única contribución a la historia del cine). Juntemos La noche americana y Bajo el volcán y ya tenemos las coordenadas X e Y donde situar la parábola (nunca mejor empleada esta palabra) que describe Tristam Shandy: a cock and bull story (2005) de Michael Winterbottom. Y si queremos darle a la metáfora un poco de tridimensionalidad e ironía vitriólica en el eje Z incluiremos State and Main (2000) de David Mamet. Y ya para rizar el rizo añadamos la cuarta dimensión de Sweet liberty (1986) de Alan Alda.



Hacía tiempo que 94 minutos de película no me pasaban tan rápido, básicamente porque todo el argumento y cada escena están planteados y escenificados de forma natural, amena y con gran sentido de la superficialidad reconstruida, revelando de paso el continuo entrevistacional y negociador que es un rodaje cinematográfico: hablar con los productores, con el guionista, filosofar hasta el agotamiento con tu envidioso coprotagonista, quejarte a la del vestuario, tirar los tejos a tu asistente personal y ser un padre reciente fiel y amante compañero de la madre de tu hijo que te visita en el rodaje... Imposible aclararse.

Pero esto no es suficiente, esto ya se ha rodado muchas veces (Truffaut tiene la mejor marca cinematográfica mundial), por lo que Winterbottom necesita introducir otro plano más de significación para dar con ese producto híbrido que nos hace más atractivo toda novela real (Cercas dixit) o todo documental de ficción (Sesión discontinua dixit). Aquí es donde entra en escena el síndrome Bajo el volcán, puesto que escoge para rodar su rodaje el rodaje de la adaptación del clásico universitario anglosajón del siglo XVIII "The Life and Opinions of Tristram Shandy" de Laurence Sterne. En ella, igual que todos los personajes de la película de Winterbottom, se hace patente la imposibilidad de narrar nada de forma lineal: todo son giros, obstáculos, imprevistos, dimisiones, decisiones... Y al final sale lo que uno menos se imagina, casi siempre un fracaso (igual que en la novela de Sterne, una supuesta biografía que no llega a ir más allá del nacimiento del protagonista, puesto que todo son digresiones e historias parciales interpuestas).

Tristam Shandy: a cock and bull story es un experimento posmoderno que se estrena en España con dos años de retraso, sin duda gracias al buen recuerdo que dejaron 24 Hour Party People (2002), 9 Songs (2004) y Camino a Guantánamo (2006), pero que se disfruta por mérito propio de principio a fin. Recomendación final: el diálogo entre Steve Coogan y Rob Brydon (protagonistas de la película y del rodaje ficticio) que acompaña los créditos. No tiene desperdicio.