miércoles, 26 de agosto de 2009

Noventerismos (El primer día del resto de tu vida)

«Aquello que nos define como personas y de lo que tanto queremos liberarnos», una buena síntesis del caos creativo que define a la familia. En el cine las familias se suelen emplear como excusa argumental para vertebrar amplios periodos de la historia (contemporáneos o especialmente convulsos), o para hacer catarsis --dramática, humorística o vitriólica-- con las escaramuzas que estallan entre generaciones con altos niveles de conflictividad. También para parodiar el desembarco de los adolescentes en el mundo incoherente de los adultos que les han criado, o para reivindicar a los padres recientes que se sienten acabados para el mundo fansi y cool de la soltería debido a su predecible vida. Rara vez para reafirmar sus bondades como institución, a pesar del imparable proceso de mutación en el que se encuentra y amenazado su liderazgo por nuevas formas de socialización. Eso es lo que propone Rémi Bezançon en El primer día del resto de tu vida (2008), un retrato amable y divertido de un tema que ya es un género clásico.



La familia provee de forma rápida y natural la gasolina necesaria que pone en marcha cualquier argumento cinematográfico: padres coñazos, inseguros o demasiado liberales; hijos víctimas de modas-sarampión, arrastrados por decisiones aparentemente inamovibles, atrapados en deseos concurrentes, desordenados y mutuamente excluyentes. Las variaciones son infinitas porque no hay un número limitado de elementos en juego: la familia puede estar compuesta por tantas personas como el guionista quiera. El atractivo que aporta el filme de Rémi Bezançon es la forma elegida para contarlo: cinco días cruciales, por uno u otro motivo, en la vida de una familia (padre, madre, dos hermanos y una hermana) entre 1988 y 2000 en los que el punto de vista va pasando sucesivamente de un miembro a otro (se admiten los flashbacks por conveniencias del argumento). Si no fuera por esta estructura narrativa, además de algunos gags aislados realmente buenos (vello púbico incluido) y algún que otro sobresalto dramático muy bien insertado, creo que a la mayoría le hubiera parecido una comedia sensible y anodina con pocas ganas de transgredir.

El éxito de público en Francia y la aceptable recaudación en el resto de Europa revelan que hay un segmento de la población --prácticamente los mismos que no votan ni dejan sentir sus opiniones políticas-- que sigue creyendo en las virtudes que defiende la película, y necesita que alguien como Bezançon, probablemente criado en un entorno familiar muy parecido, les reafirme en sus convicciones. En ese sentido, El primer día del resto de tu vida es un filme socializador que viene a decir que es bueno que padres e hijos pillen un puntito etílico/narcótico de vez en cuando, porque eso ayuda a descongelar rencillas y a engrasar el día a día (algo que cada cual descubre por sí solo a toro pasado). Además, el hecho de que esté ambientado en los noventa le otorga otro puntito nostálgico adicional a la generación que floreció con el grunge y que maduró de forma imprevista cuando el suicidio de Kurt Cobain hizo saltar en pedazos sus idealismos noventeros.

Conmoverá especialmente a quienes hace poco han perdido a un padre o una madre (como el director) y a los papás y mamás recientes; es decir, personas en esos momentos de la vida en los que se siente especialmente el peso y la responsabilidad de ser el eslabón intermedio entre dos generaciones, la que se va y la que llega. A los noventeros instalados en el compromiso estable es posible que les haga gracia esta nueva reivindicación de su generación, igual que en su día Una casa de locos (2002) y Las muñecas rusas (2005) convirtieron en mito su etapa universitaria. A los que por edad esos mismos mitos los tenemos asignados y consensuados, la original estructura y el optimismo vital (especialmente en el último tercio de la película) nos compensan de una excesiva dosis de balance vital que ya no nos pertenece. Y no porque la consideremos falsa o insincera tal y como la presenta el filme, sino porque hace tiempo que hemos conseguido calibrar nuestras limitaciones, facturar nuestros errores y homologar una parte de nuestro pasado como ejemplo imperfecto de determinados aciertos educativos.

martes, 11 de agosto de 2009

Rozando la vida (Vacaciones de ferragosto)

Me gustan las películas rodadas durante el verano en grandes ciudades; son como historias ambientadas en tiempos especiales y fugaces que afloran porque no hay gente llenando las calles. En estas películas, los espacios urbanos habitualmente acostumbrados al bullicio sugieren extrañas --y, en general, inútiles-- reflexiones, pero invitan a quien se ha quedado sin vacaciones --casi siempre el narrador-- a hacer balance o revolver el trastero de la mente. Estoy convencido de que el tema daría para un ciclo interesante: lo titularía Ciudades en verano, y de momento ya tengo claro que incluiría Caro diario (1994) el filme de Nanni Moretti que cada año que pasa acumula más carga mítica, Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) de Pedro Almodóvar, Abre los ojos (1997) de Alejandro Amenábar, Vicky Cristina Barcelona (2008) de Woody Allen y, desde hoy, Vacaciones de ferragosto (2008) de Gianni di Gregorio. Por supuesto, el ciclo se proyectaría al aire libre durante las noches estivales de una desierta gran ciudad (como las antiguas sesiones de las piscinas Picornell, un clásico del verano barcelonés que ahora se puede disfrutar en la Sala Montjuïc).



La película cuenta --en apenas 77 minutos-- la historia de Gianni, un madurito tiradete y un tanto alcoholizado que vive con su madre medio ahogado en deudas en el barrio romano del Trastevere, y cuando llega ferragosto --la antigua fiesta romana de la diosa Diana que la iglesia católica convirtió en la asunción de la virgen-- y la ciudad se llena de calor y se vacía de gente, Gianni se encuentra a cargo de otras tres ancianitas de quienes sus hijos se han deshecho temporalmente por diferentes motivos.

Una sola trama, apenas planos que se recreen en el vacío de la ciudad y sirvan de contrapunto a la extraña soledad de Gianni, personajes que prácticamente no evolucionan. La sucesión de escenas no está narrativamente dosificada, no hay momentos reveladores, ni hitos intermedios, nada... Sólo acontecimientos tan cotidianos como preparar camas, organizar la convivencia, salir a comprar o hacer la comida. Cuando la ficción queda reducida a este nivel mínimo solemos elogiarla diciendo que la película se acerca al documental; yo creo que cuando eso pasa, en lugar de volverse documental, lo que hace es acercarse a la existencia humana, la máxima aspiración de todo arte narrativo. Y para eso es necesario que haya simplicidad, sencillez, desequilibrio formal y personajes imperfectos, como el mismo Gianni, su amigo Vikingo, o cualquiera de las ancianas que coinciden en la fiesta central del verano italiano.

No se trata del típico producto del cine independiente, ni siquiera del primer filme realizado por un joven prometedor (algo que gusta mucho en EE UU y les sirve de excusa para hablar de nuevas etiquetas y grandes porvenires), sino de un guionista maduro que se llama igual que el protagonista, que convivió muchos años con su madre, que sigue teniendo su casa en el Trastevere y que un día se encontró con una propuesta idéntica a la que pone en marcha la película. Truffaut estaría entusiasmado con un filme así: la encarnación encantadoramente perfecta de lo que él consideraba que iba a ser ese nuevo cine más personal, lleno de anécdotas íntimas y argumentos semibiográficos.

Vacaciones de ferragosto me recuerda en diferentes momentos a otros filmes que se acercan parcialmente al mundo doméstico: El festín de Babette (1987) de Gabriel Axel, que ganó el Oscar al mejor filme extranjero por su minucioso relato de un banquete en el que esperamos en vano que nos revele alguna verdad fundamental, cuando en realidad el relato mismo es la revelación; de nuevo Caro diario --por culpa de los breves planos en moto por las desiertas avenidas de Roma-- y también a La leyenda del santo bebedor (1988) de Ermanno Olmi y su delicado retrato de los desheredados que pueblan las calles de las grandes ciudades. En cambio, di Gregorio, quizá sin pretenderlo, ha conseguido un retrato verosímil que se extiende desde la soledad contemporánea hasta la reivindicación del mundo arrinconado de los mayores.

Precisamente porque la película no sugiere la promesa de un cambio de actitud, ni una modificación positiva de las condiciones de vida, ni un descubrimiento vital que haga mejores a los protagonistas, precisamente por eso, resulta creíble, a ratos divertida y conmovedora. Y además lo confirma con ese final brusco, sin preparar al espectador, cuando las ancianitas comprenden lo que quieren y tratan de prolongarlo de la manera más directa y grosera posible. Ferragosto ha pasado, pero ellas se aferran --toma el dinero y corre-- al bienestar que han encontrado por casualidad. La vida rara vez imita al cine; pero que el cine roce la vida es algo aún más infrecuente.

lunes, 3 de agosto de 2009

Detallitos que compensan (Up)

Digámoslo corto y claro: Up (2009) es buena, pero no tanto como Monstruos S.A. (2001). Conmueve cuando pretende hacerlo, incluye su obligada moralina acerca de las bondades de la amistad, la sinceridad y la solidaridad, sí, sí y sí; pero no es una historia redonda con personajes sensibles y amables llenos de contradicciones. La comparación con Monstruos S.A. es inevitable porque el guión del último largometraje de Pete Docter rozaba la perfección, igual que el de Los increíbles (2004). Ahora que ya hemos soltado lastre podemos desmenuzar sin complejos la nueva aventura de Pixar.



El principal acierto de Up son los personajes, construidos con auténtica gracia, encanto, humor y sensibilidad, especialmente Russell --el inefable boy scout que acompaña a Carl, el anciano protagonista-- y los animales (Kevin y Dug). El segundo gran acierto es ahondar en la sutil complejidad narrativa que inauguró Wall•E. Batallón de limpieza (2007), añadiendo al mismo desarrollo de la historia un montón más de información que es dudoso que los pequeños capten, pero que añade valiosos matices a los, hasta ahora, maniqueos argumentos de Disney. La cosa es que como los mayores sí los pillamos no dejamos de mencionarlo. El tercer gran acierto es el emotivo prólogo sin palabras que explica la vida en común de Carl y Ellie, y que remite inevitablemente al último filme de Andrew Stanton.

Pero como todas estas bondades generales se supone que van de serie en las películas de Pixar, lo mejor es recrearse en la lista de detallitos marca de la casa: más de uno ha señalado que Carl está inspirado en Spencer Tracy --tanto en su aspecto como en alguna de sus interpretaciones antológicas. Yo voto por la de Adivina quién viene esta noche (1967)--, pero me resulta más obvio el parecido con Kirk Douglas de otro de los personajes, en un papel muy similar (aunque interpretaba al arponero Ned Land) al de Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino (1954), cambiando el submarino por un dirigible. La voz atiplada y ridícula de uno de los malos, provocada por un fallo mecánico que impide que sea gutural y terrorífica, que es lo que debería ser en un personaje de su aspecto. Russell estampado contra los cristales del dirigible haciendo un ruido grotesco en un momento de máxima tensión.

Puede que el guión no esté tan logrado como en filmes precedentes, pero los detallitos (yo he puesto algunos de los míos, que cada cual aporte los suyos) son suficiente atractivo para no dejar de verla.

Nota final: al menos en el cine al que fui a verla no pasaron el supuesto corto que debía acompañar a Up en las salas y que hace una semanas, «casualmente», se filtró a Internet. Es una lástima, porque los cortos de Pixar, aparte de haberse convertido casi en un género, mantienen un alto nivel narrativo y formal.

sábado, 1 de agosto de 2009

La Bullock, como pez en el agua (La proposición)

Sigourney Weaver lo encontró en la saga Alien (1979, 1986, 1992, 1997), Bruce Willis en sus acristaladas junglas (1988, 1990, 1995), así que no veo por qué no iba a hacer lo mismo Sandra Bullock: asegurar ingresos constantes a base de películas de éxito fácil. La Bullock prefiere encadenarse a un género (la comedia romántica) que le permita rodar cerca de casa y no le suponga demasiados esfuerzos interpretativos; después de todo, la comedia romántica que cultiva la Bullock es una vuelta de tuerca un pelín más audaz que el estilo pureta de la Disney, aunque sin entrar en temas y/o actitudes polémicos (que para algo se las coproducen). La ventaja frente a una saga es que no tienes que regresar a un personaje sin apenas variaciones película tras película, aunque si las coproduces te haces directamente millonario. El abanico de variaciones de un género, donde no se necesita repetir personaje (aunque sí plegarse a determinadas convenciones) deja tiempo para rodar algún que otro filme interesante. Incluso, si la cosa va bien, siempre quedará un legado en forma de aportación cinematográfica (salvando las distancias) al estilo Katharine Hepburn. Me he pasado quince pueblos: una segunda Julia Roberts como mucho.



La proposición (2009) es la nueva comedia romántica de Sandra Bullock y tiene todo lo que cabe esperar de este tipo de filmes: una situación de partida improbable --aunque factible-- que propicia que un hombre y una mujer (compañeros de trabajo además) queden socialmente encarados al matrimonio, dando pie a los inevitables equívocos y momentos divertidos. Para empezar, me sorprendió la condensación temporal de la historia (un fin de semana en Alaska) y el hecho de no explotar las peripecias de la pareja en el ambiente laboral y el picoteo social con los amigos de turno (personalmente, prefiero la opción no elegida). Una vez agotados los recursos del guión todo lo que queda es dirección artística y de producción: coprotagonista guapito, ex-novias que están para mojar pan, una familia tradicionalmente contracultural, localizaciones impecables, incluso una ex-chica de oro (Betty White). Nada se sale de lo habitual, no hay transgresión de ningún tipo. Todos se limitan a hacer bien su trabajo.

El único inconveniente del chiringuito que se ha montado la Bullock es que si las comedias no son nada del otro mundo el público tiende a verlas todas iguales --ya tuvimos que pasar por Prácticamente magia (1998), Miss agente especial (2000), Amor con preaviso (2002) e incluso Miss agente especial 2: armada y fabulosa (2005)-- y correr un alto riesgo de quedar encasillada. Y es que dedicarse a un género mal realizado es peor que encadenarse a una saga cinematográfica. Al menos éstas tienen sus fans incondicionales, en cambio hay más comedias románticas que socios en Match.com.