lunes, 21 de marzo de 2011

Decepcionante adaptación oficial (Nunca me abandones)

Nunca me abandones (2010), adaptación de la aclamada novela del mismo título escrita en 2005 por Kazuo Ishiguro no me parece una buena película. Como no he leído la novela no entraré en tediosas y/o previsibles comparaciones, pero sí diré que, de entrada, no entiendo por qué, si la acción parte de una inquietante verdad que debe permanecer oculta a toda costa, si esa misma verdad resulta plausible y capaz de potenciar el argumento, ¿por qué no aprovecharla adecuadamente en la película? Lo peor de la decepcionante experiencia es que no puedo desvelar nada de esa clave sin arruinar la historia a quienes no la han visto. Por no poder, ni siquiera puedo mencionar dos títulos precedentes --aparentemente inferiores, los cuales sin embargo explotan mucho mejor un punto de partida muy similar-- porque su sola mención lo dice todo.


Hace años leí Un artista del mundo flotante (1986) y tuve una sensación parecida a la de ahora con el filme: al hilo de un relato aparentemente lejano y extraño se dejan caer o entrever determinados temas transcendentales, de esos que se supone que deben hacerte reflexionar. De lo poco que pude leer antes de entrar en la sala ningún texto dejaba de mencionar el maravilloso tratamiento que de todas estas cosas hacía el guionista (Alex Garland, también escritor y amigo personal de Ishiguro), su destreza a la hora de captar sentimientos enfrentados a situaciones límite. Aunque a mí me parece que le ha preocupado más obtener la aprobación del autor (quien por cierto también colabora en la producción) respecto a la fidelidad de la adaptación que el resultado final. Debo estar muerto por dentro, porque lo único que saqué en claro fue una sucesión de momentos pretendidamente intensos que expresaban mucho más de lo que significaban. Quizá soy incapaz de descender hasta los niveles de introspección que requieren los relatos de Ishiguro, pero desde luego no tuve la sensación de que había algo que se me escapaba, más bien al contrario: un suplemento de información que convirtiera las imágenes en algo más que un vehículo expresivo de sensaciones individuales parcialmente enunciadas; o por lo menos una estructura narrativa que dé forma a un relato que apenas se insinúa.

Lo he dicho en otras ocasiones y no me cansaré de repetirlo: la narración cinematográfica posee una limitación para la abstracción que dificulta la composición de determinados relatos que requieren algo más que una mera exposición de situaciones. En el cine hay que ser capaz de, mediante escenas concretas, llevar al espectador hacia ideas y sentimientos universales que es imposible mostrar en imágenes sin recurrir a simbolismos arriesgados o extraños giros formales. No es una labor imposible, puesto que hay cineastas que han saltado sin red y les ha salido bien (Wenders, Fellini), a otros no tan bien (Pasolini, Erice); pero lo que es seguro es que sin abandonar el estilo más clásico de narración, sin introducir ningún elemento de intriga más allá de los sentimientos, sin explotar las evidentes bondades del original literario, está claro que no se consigue que quienes no han leído el libro se interesen por el drama oculto y desaprovechado que atenaza al triángulo protagonista.

lunes, 14 de marzo de 2011

Semejanzas con la ficción que son pura realidad (Elephant)

Después de ver Elephant (2003) de Gus Van Sant y antes de empezar a escribir sobre ella he rebuscado en algunos de mis blogs de referencia (creía que Babel le había dedicado una entrada, y Lapor la menciona al hilo del tema más general de la violencia extrema y su relación con el arte narrativo) porque sentía la necesidad de encontrar --en quienes pienso tengo tomada la medida-- una baliza, un punto de apoyo para comenzar. Una Palma de Oro en Cannes y tanta cita al vuelo debían significar algo.

Para empezar, Elephant es una película hipnótica, condenadamente hipnótica. De entrada, los dos tercios iniciales del filme componen un larguísimo prolegómeno --hecho a base de planos-secuencia-- de algo que en realidad la película no explica, sino que sólo existe en nuestra cabeza. La mayoría del tiempo la cámara se limita a seguir a unos cuantos alumnos en sus desplazamientos por el instituto: al principio despista porque no sabemos quiénes son ni qué hacen ni qué pretenden; tras unos minutos interminables tanto deambular amenaza con aburrir, pero al final despierta el interés cuando el espectador se da cuenta de que muchos de esos paseos empiezan, se entrecruzan o terminan con un suceso contemplado en una secuencia previa. Elephant se toma su tiempo para empezar a introducir significado en las imágenes, y el efecto inmediato de esta estrategia narrativa es una mezcla de fascinación y despiste que puede tomarse tanto como una genialidad como un derroche sin sentido de principiante. En segundo lugar, eso que únicamente está en nuestra cabeza: igual que Mercurio es un planeta difícil de ver en el firmamento porque está demasiado cerca de una fuente de luz cegadora, es imposible ver Elephant como lo que oficialmente pretende ser: una ficción cinematográfica cuyo parecido con la realidad es «puramente casual» (lo dice en los créditos, que para eso me quedé hasta el final). Y es que sin los sucesos de Columbine del 20 de abril de 1999 esta película no existiría. Van Sant lo sabe, el equipo técnico y el artístico lo saben, la crítica y el público lo saben, todos lo saben... pero no se dice por alguna extraña y/o rebuscada razón; igual que el elefante al que hace mención el título (la expresión inglesa elephant in the room se usa para designar problemas enormes que todos ignoran a propósito).



Elephant muestra en concatenación esos universos adolescentes en los que los mayores simplemente no existen (en la película, los únicos adultos que aparecen son los trabajadores del instituto y el padre de uno de los alumnos. Están ahí como si formaran parte del edificio, pero no aportan nada ni interesan a los estudiantes) y los jóvenes se pasan el rato deambulando por los pasillos del instituto. Se desplazan de un lado a otro, se encuentran con colegas y semidesconocidos, charlan de todo y de nada, siguen su camino... Semejante caracterización me parece una aproximación muy exacta de lo que pueda llegar a ser el universo para un adolescente (tienes razón Lapor, esos planos son casi una encarnación de la adolescencia): a determinadas edades o en determinadas circunstancias, llega un momento en que no hace falta ser un descerebrado ni un desequilibrado para tener una sesgadísima percepción de la realidad, habitar en un mundo mental tan cerrado donde sólo caben nuestros propios deseos y odios inexplicables. Esa mirada que no puede/quiere/sabe ver más allá es la que retrata la cámara durante los largos planos sostenidos de la primera parte: un universo que se limita a lo que abarca el instituto, espacios que únicamente tienen sentido para quienes los habitan cada día. De ahí a creer que más allá de esos muros no existe nada hay un paso.

La película no trata en ningún momento de justificar o explicar las acciones o los comportamientos que retrata, se limita a mostrar y a dejar que la fascinación de las imágenes supla la ausencia de informaciones (esto está milimétricamente diseñado y yo lo atribuyo enteramente al saber hacer de Van Sant), permitiendo que, poco a poco, de las recurrencias y las coincidencias surja un relato. El significado hace su aparición casi al final, cuando los acontecimientos alcanzan aquello que todos sabemos que sucederá. Sólo entonces la cámara y la narración abandonan el instituto para mostrar a los dos protagonistas en casa la víspera del día elegido: les vemos jugando con videojuegos (violentos, por supuesto), viendo un documental sobre Hitler, interpretando sentidamente a Beethoven al piano, duchándose juntos por la mañana... Todo junto componiendo la exposición indirecta de motivos más simplificadora, burda y penosa de todo el filme, como si esta sarta de tópicos bastara para explicar todo lo que vendrá a continuación. Después de este único desliz, Van Sant retoma la narración con maestría: el azar, la provocación, el destino fatal, dan sentido a los paseos y conversaciones ya vistos de cada uno de los personajes. Reacciones valientes, temerarias, patéticas, estúpidas, desesperadas..., todo adquiere sentido --trascendente o banal, tanto da; pero eso es bueno-- una vez sabemos lo que les acaba sucediendo en aquella mañana fatídica. Al final las imágenes acaban componiendo un relato diseñado cuidadosamente, no con la claridad meridiana de la narración clásica, pero sí con la ventaja de un estilo más experimental capaz de enganchar al cuerpo y luego arrastrar a la mente. Yo pensaba que esta parte final quedaba explícitamente fuera de la película, lo que la haría más inquietante, y por eso tenía en mente otro título para esta entrada: «el día antes de la violencia».

Elephant me parece una película valiente porque se atreve a experimentar narrativamente con un suceso real que la sociedad estadounidense prácticamente acababa de digerir, igual de valiente que Diane Keaton, que aportó su dinero a un proyecto tan polémico sobre el papel, e igual de valiente que HBO, por demostrar una vez más que apuesta por formatos y temas no siempre cómodos para el espectador.


http://sesiondiscontinua.blogspot.com/2011/03/semejanzas-con-la-ficcion-que-son-pura.html

jueves, 10 de marzo de 2011

Nuevos Clásicos Disney (Enredados)

El trabajo que ha realizado hasta ahora John Lasseter para Disney es sencillamente admirable: tras iniciarse en la animación en la propia Disney, abandonó su trabajo para ir a trabajar en la Industrial Light & Magic, de la que acabaría escindiéndose Pixar. Su trabajo en estos estudios supusieron rápidamente una amenaza para la taquilla y la audiencia infantil que Disney parecía tener asegurada de por vida, así que en pocos años pasó a socio estratégico para, finalmente, regresar a sus orígenes y asumir el relevo/reto de un proyecto con evidentes síntomas de agotamiento. Una de las primeras decisiones de Lasseter como responsable de los estudios Disney fue reabrir la división de animación manual (que los gestores anteriores habían cerrado simplemente porque no ofrecía rentabilidad directa en taquilla) y producir Tiana y el sapo (2009), un nuevo clásico sobre princesas mucho más atractivo y cercano al siglo XXI. No dejen de leer, que todavía hay más: Lasseter está embarcado ahora mismo en la integración del universo Pixar con los personajes de la animación clásica de Disney, sintonizándolos con una generación de niños y niñas que no se conforman con adaptaciones de cuentos clásicos y exigen mucho más del cine que les llevan a ver.



Pues por lo visto no bastaba con semajante lavado de cara: ahora el proyecto pasa por reconducir los clásicos que auparon a la marca Disney a lo más alto del género infantil. Enredados (2010) (adaptación del cuento Rapunzel de los hermanos Grimm) enlaza directamente con la tradición de versiones cinematográficas de argumentos literarios, pero esta vez convenientemente pasados por el colador chino de una mejora exponencial del ritmo narrativo y la actualización de personajes (a la cual no es ajena la aportación desmitificadora y humorística que supuso en su momento la saga Shrek).

Enredados no llega al nivel de sofisticación narrativa de Pixar precisamente porque su base argumental es literaria, pero eso no impide que el guionista Dan Fogelman le haya sabido dar la vuelta a la historia, a los protagonistas y a sus diferentes motivaciones, echando mano de algunos viejos conocidos (el caballo Maximus está claramente inspirado en Buck, el divertido jamelgo karateka de Zafarrancho en el rancho (2004), el último estreno en animación no digital de la Disney prelasseter) y reciclando a otros (especialmente al «príncipe»). No falta la consabida enseñanza sobre la vida y el amor, pero tampoco faltan las (hoy) necesarias dosis de tensión, humor, números musicales (esta vez a cargo de Alan Menken) y un final realmente a la altura de lo visto.

Me alegra y me tranquiliza que el proyecto original de Disney siga vivo y haya encontrado en Lasseter un dignísimo sucesor; un cineasta capaz de asumir unas bases literarias (que considero deben seguir estando ahí) y saber combinarlas con lo mejor de la animación «pixarizada». Espero que nuevos títulos confirmen el amplio territorio que se abre para estos Nuevos Clásicos Disney.

http://sesiondiscontinua.blogspot.com/2011/03/nuevos-clasicos-disney-enredados.html