jueves, 24 de octubre de 2013

¿El egoísmo como blindaje de supervivencia? (Gloria)

A veces la sinopsis argumental de un filme es infinitamente mejor que el filme. Gloria (2013) del chileno Sebastián Lelio --El año del tigre (2011)-- es un filme de balance triste, pero meritorio por atreverse a romper unos cuantos tabúes sociales: el primero y más necesario mostrar en pantalla, sin montajes ni encuadres pudorosos, la desnudez y el sexo más allá de la madurez; pero también determinados síntomas de desestructuración intergeneracional (que todos negamos en nuestros círculos familiares pero detectamos enseguida en los ajenos) o, por citar el que a mí más me inquieta, esa preocupante sintomatología de la sociedad capitalista avanzada que le impide o dificulta en extremo compaginar, no ya relaciones duraderas (eso ya está claro que era una leyenda urbana que trataron de inculcarnos nuestros padres), sino las imposiciones que el diseño mismo de la sociedad nos exige como norma de supervivencia. En corto y claro: el desajuste entre nuestra creciente necesidad de espacio personal y el tiempo dedicado al trabajo y logística básica prácticamente no dejan hueco para nada más.

Todas estas cosas las sugiere la película mientras asistimos a un fragmento de vida de la protagonista --interpretada por Paulina García, premio a la mejor actriz en el último Festival de Berlín-- en el que la pauta es la parsimonia narrativa, incluso a veces una cierta lentitud. Quizá sea una estrategia consciente del director para dar la sensación de cotidianeidad, de día a día que se repite en ciclos, pero también se echan de menos algunos momentos intermedios que sacudan al espectador para bien o para mal. En cuanto al contenido, el pegamento que mantiene unidas las escenas es la decepción: por un lado, los hijos de Gloria (emancipados hace tiempo) muestran claros síntomas de desapego; por otro la rutina de los encuentros en bares y discotecas en busca de una pareja que ahuyente el espejismo de la soledad (fugaz y poco gratificante por definición, pero que exige un blindaje sentimental y una gran inversión de tiempo y energía). Todo está ahí, la diferencia es que estamos acostumbrados a que sean treintañeros/as de buen ver y a que todos encuentren su media naranja. Aquí se trata de abuelas y abuelos que reproducen la misma pauta que cualquier otro exiliado del paraíso de la monogamia. La edad no importa (aunque sí el aspecto), pero los rituales y las sensaciones son los mismos. Con otro final, el tono de este texto habría sido muy diferente, pero en Gloria el arte se impone a la realidad, y por eso Lelio echa mano de la metáfora del anciano pavo real con sus plumas blancas (gracias por tu explicación Edu: sin ella no lo habría valorado de la misma manera) y de la canción de Umberto Tozzi que da título a la película (durante el verano en que se puso de moda yo tenía 14 años y me parecía una pastelada integral; hoy, escuchando atentamente la letra, me ha conmovido su poesía. El tiempo transcurrido ha hecho su trabajo sin duda).



Insisto una vez más: es precisamente el derroche energético que invertimos no solamente para procurarnos placer físico, sino en la búsqueda de una conexión mágica interpersonal, lo que provoca que cada vez más gente --en Japón se les conoce como herbívoros, hombres sobre todo, pero también mujeres-- deje de ver el sexo como una fuente de ventajas adaptativas (bienestar físico y mental, sociabilidad, calidad de vida, proyecto vital a largo plazo). Me parece que Houellebecq tenía toda la razón en Las partículas elementales (2006) cuando advertía acerca de las nefastas consecuencias del cortocircuito entre la atrofia del narcisismo hedonista y un deseo de consumo permanente y artificialmente alimentado. A medio camino entre el mundo feliz de Huxley (reproducción asexual en laboratorio, sexualidad socializada a todos los niveles) y la distopía posibilista de Hijos de los hombres (2006) (bloqueo reproductivo sobrevenido y desinterés sexual por causas psicobiológicas), está el paisaje que presenta Gloria con un estilo distante y errático: en ocasiones sale más a cuenta blindar voluntariamente los sentimientos y limitarse al sexo no necesariamente gratificante.




http://sesiondiscontinua.blogspot.com.es/2013/10/el-egoismo-como-blindaje-de.html

lunes, 7 de octubre de 2013

Perdidos en el espacio interior (Gravity)

Alfonso Cuarón ha encontrado en Gravity (2013) una manera de armonizar sus innegables predilecciones en cuanto a estilo narrativo con las urgentes necesidades de la industria. Empiezo por las segundas: el cine comercial lleva años abocado a un cambio de usos que resulta imparable; las salas son un canal en recesión, en parte por errores propios y, en el caso español, por el aciago IVA cultural decretado por un gobierno analfabeto. Desde el punto de vista de la industria, la única variable capaz de mantener la recaudación es la tecnología, y afortunadamente para ellos ésta acudió al rescate. La tecnología 3D es una realidad consolidada para determinado tipo de cine-espectáculo (incluso se tridimensionalizan títulos que en su día no fueron rodados con este sistema, porque supone una mejora en la experiencia para el espectador, prolonga la explotación comercial de un filme y, por qué no decirlo, es una inmejorable excusa para aumentar en precio de la entrada. Así que, por esta gente, que todo lo que se ruede sea en 3D. Es más, que los guiones se escriban pensando en un rodaje 3D.

Y ahora las razones de Cuarón: por un lado está su preferencia por las tomas largas, elaborados «falsos» planos-secuencia donde las tecnologías digitales y fotográficas mantienen la ilusión de un único tiempo y espacio. Sabemos que no es así, pero resulta fascinante asistir al reto de resolver la acción sin recurrir al montaje analítico (a día de hoy tan acelerado y fragmentado que más que analítico es atomizado. Basta echar un vistado al prólogo de Quantum of solace (2008) para saber a qué me refiero). Y por otro lado la necesidad de tener detrás guiones sólidos, bien trabajados, que inviten a la militancia y/o la reflexión; o por lo menos encajen con un determinado sentido general de la existencia, ya sea en abstracto, en absoluto o con suficiente trascendencia. Por eso sus protagonistas los interpretan actores de primera fila, porque su cine no suele dejar indiferente (para bien o para mal).



La cosa es que Gravity se puede resumir en una sola palabra: espectacular. Es una película técnicamente impecable que explota a la perfección el espacio (nunca mejor dicho) en el que se desarrolla la historia. De entrada, deslumbra el nivel de detalle y de nitidez de las escenas de acción, pero tambien la liberación de la dictadura del eje espacial para la cámara: se la ve fluir constantemente, desplazándose, orbitando alrededor de los personajes, encajonada en pasadizos, girando, deteniéndose, atravesando materiales transparentes... Gravity es una virguería digital plena. La diferencia respecto a otros títulos tanto o más espectaculares es que no recurre a la casquería ni a los bichos raros; se supone que el drama humano debe bastar (y quizá por eso atrae a más público). Eso sí, que nadie se engañe: respecto al guión, la película apenas sobrevive con una mínima línea argumental. Estamos más cerca de Prometheus (2012) que de Blade runner (1982).

En este sentido, el filme de Cuarón me recuerda a Buried (2010) de Rodrigo Cortés, que mantiene el récord de minimalismo narrativo, pero en lugar de comprimir el espacio al mínimo, aquí se trata de expandirlo y de liberar la cámara hasta el infinito. La escena que sirve de prólogo (un plano continuo de casi diez minutos) contiene prácticamente toda la información que requerirá la película: situación, personajes, retos... La cámara salta de un personaje a otro, escuchamos sus conversaciones por radio, nos dejamos deslumbrar por las imágenes en segundo plano... Mientras tanto, el espectador --que es lo que pretende Cuarón-- asiste boquiabierto desde su butaca. Para cuando se quiera dar cuenta de que no hay más cera que la que arde, ya estará atrapado en la vistosidad de las imágenes. Gravity no consigue llegar al mismo grado de perfección que Hijos de los hombres (2006), y mucho menos a su calado político: de entrada, no creo que ese haya sido uno de sus objetivos (no todas las películas ambientadas en el espacio tienen que resultar profundas), sino más bien el entretenimiento y dar por cumplido un sueño de la infancia (Cuarón quiso ser astronauta durante muchos años).

No debemos esperar que una película que asume los riesgos de un reparto y un argumento mínimos y lo fía todo a la tensión (demasiado predecible a veces por culpa de la banda sonora) y a la espectacularidad incluya además una filosofía de la vida y del amor; eso sería demasiado. Gravity colma con creces las expectativas que suscita: buen cine comercial para ser disfrutado sin problemas y sin dar la sensación de que has bajado exageradamente tu listón como espectador.




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