martes, 27 de junio de 2017

Encajar en otra realidad (Coherence)

Descubrí Coherence (2013) en uno de esos listicles que inundan las redes sociales. Este iba de películas de ciencia ficción que no había que perderse por uno u otro motivo; la clásica lista de títulos de segunda fila pero que en un determinado momento --o por un recurso en concreto-- propone una buena idea o una novedad (aunque luego el resto no valga demasiado la pena). La película de James Ward Byrkit la incluían por su punto de partida y la forma claustrofóbica de desarrollarla. Coherence es un filme rodado con espíritu de filme independiente, con un argumento al que le falta un punto de trabajo pero que administra bastante bien la idea principal.

Me recuerda bastante, por el estilo y por el tema a Primer (2004) de Shane Carruth, sobre todo por esa curiosa manera de no enfrentar directamente y en una escena convencional las implicaciones de su premisa. Ambos títulos juegan con las consecuencias de la relatividad o de la física cuántica experimentadas en situaciones cotidianas, encajándolas en el típico esquema dramático compuesto por una única localización, tiempo aparentemente sin saltos y un único grupo de personas que interactúan en un clima de tensión creciente.

Cuando la película desvela cuál es el punto sobre el que se sostiene toda la trama, y cuando el espectador comprende cómo la piensa dosificar dramáticamente, salen a flote los auténticos méritos de Coherence. Pero también los límites: no sólo en cuanto a imagen cinematográfica, sino por las implicaciones narrativas: se nota que la película no quiere entrar de lleno en una historia abiertamente fantástica, sino que roza constantemente con las paradojas espacio-temporales y las inconsistencias cuánticas, sugiriendo cosas y situaciones que no se muestran directamente, aunque sí sus efectos. No es una estrategia nueva, al contrario, pero sigue siendo la más eficaz y la que mejor aguanta el paso del tiempo.



Con todo, el clímax final exige quebrar todas estas reglas, atreverse a mostrar lo que parecía que no se iba a poder ver, pero sin explicaciones ni planos sostenidos que permitan al espectador recrearse en semejante paradoja lógico-narrativa (aunque al lleve anticipando en su mente desde hace rato). Y cuando por fin sucede produce un inexplicable mal rollo (al menos a mí), lo cual está bien, porque sirve para distraer nuestra atención, descolocarnos acerca del sentido general de la historia y a no darle tanta importancia a semejante trampa del guión, aunque sea por imperativo de género: final brusco y abierto.

Coherence entretiene lo suficiente como para no salir defraudado, sobre todo porque es inevitable compararla con el estilo redundante y previsible al que nos tiene acostumbrados el cine comercial que sí llega a las pantallas grandes; pero también por el reto de guión que se autoimpone y la manera indirecta de sugerir contradicciones sin tener que llegar a evidenciarlas en prácticamente ningún plano directo. Una vez vista, comprendes que merecía su lugar en esa lista de filmes de ciencia ficción poco conocidos que sin embargo uno no debería perderse.





lunes, 12 de junio de 2017

Anticipación sin esfuerzo (Ex_machina)

No sé si tiene relación o no, pero la larga tradición de filmes sobre robots --luego androides-- y ahora Inteligencias Artificiales suele presentarse en guiones de mínimo reparto, en condiciones de aislamiento físico y hasta mental, como una parábola sobre los límites de la humanidad y/o nuestra (in)capacidad para producir más humanidad. Saturno 3 (1980) de un impensable Stanley Donen en semejante género, Androide (1982), con Klaus Kinski como principal atractivo. Pero también aparece en otros más convencionales en los que el tema de la máquina inteligente que emula/eclipsa al ser humano es parte de una trama más amplia y entretenida: Westworld. Almas de metal (1973), Terminator (1984), El hombre bicentenario (1999), Eva (2011), Her (2013) o The machine (2013) de Caradog James. Todo eso sin contar con esos en los que un único actor/actriz tiene que interactuar/convivir/enfrentarse con máquina(s) inteligente(s), con o sin forma humana, como simple parte del contexto natural de la historia (los ambientados en el espacio): Moon (2009), Marte (2015)

De manera que cuando te pones a ver Ex_machina (2014) del debutante en la dirección Alex Garland --guionista con experiencia y autor de la novela La playa, adaptada por Danny Boyle en 2000-- y compruebas que se cumplen los dos primeros requisitos (aislamiento ultratecnológico, reparto mínimo marcado por interpretaciones distantes), sabes que el tercero caerá también, y que el guión creerá que te descoloca con una vuelta de tuerca en el último cuarto. No estoy cometiendo spoiler; lo que pasa es que hay tan pocos personajes y elementos en la historia que las combinaciones probables con ciertamente pocas. Un alto porcentaje de espectadores --con un mínimo de experiencia e interés en el género-- lo adivinarán; del resto no sabría qué decir.



Nominada para el guión original, la película ganó el Oscar a los efectos especiales gracias a la espectacular recreación humaniode de Vikander (en este sentido la Academia estoy seguro de que no premió la espectacularidad ni la variedad, sino la sobriedad y la creatividad con todo merecimiento), lo cual le ha proporcionado una cierta notoriedad. Pero lo cierto es que estamos ante una película hecha con espíritu independiente y experimental, con los atrevimientos y los errores propios de este tipo de cine no directamente comercial.

Y entonces, ¿en qué reside el auténtico atractivo de Ex_machina? Para mí --como hombre, heterosexual y maduro que soy-- en la perturbadora presencia de Alicia Vikander; a los demás, seguro que hay infinidad de elementos de la historia, o de la caracterización de los protagonistas, que les parecen originales o definitivos, no sé. De lo que estoy convencido es de que no estará en el guión y en sus giros, porque apenas hay material que manejar y no hay más remedio que darle una y mil vueltas a cada elemento.

El problema de Ex_machina es que el tema de la complejidad de la máquina cuya inteligencia se quiere medir o valorar, por mucha filosofía que se le eche encima --descontados los efectos, que en eso acumula todos los méritos-- no es capaz de desmarcarse del molde al que nos tiene acostumbrados este subgénero (inexplicablemente rígido, por otro lado). Los aficionados a estas películas que la vean y juzguen el alcance real de mi crítica, los que quieran disfrutar con los efectos, sus toques de filosofía de tocador tecnológico y la presencia de Vikander, que la consuman sin complejos. Y a los que nos les interese el tema, que la dejen pasar.